Por Coral Hortal Japón, Presidenta de Viandalucía
Pienso en ciudades y acuden imágenes de todo tipo. Imágenes de ciudades que no son la mía, que he visitado o visto en fotos, en películas. Ciudades más o menos hermosas, más o menos amables con el visitante. Pero inevitablemente, al pensar en ciudades termino pensando en mi ciudad, en sus calles, en sus barrios, con sus aceras, bicis y comercios. También en sus árboles o la falta de ellos. Todo ello es ciudad, sí, aunque absurda si no la pienso con las personas que la habitan, porque si la ciudad tiene una razón de ser es precisamente por conformar un lugar donde se nos facilite a todas las personas la vida en comunidad. Cuestiones que pueden parecer insignificantes como la falta de bancos para descansar o la posibilidad de poder entrar libremente en la panadería de tu barrio, son signos de la calidad de vida que las ciudades nos ofrecen.
Pienso en mi ciudad y afloran sentimientos encontrados, es una ciudad hermosa, no voy a descubrir nada nuevo, pero en muchos sentidos es una ciudad excluyente. Mi ciudad, o más bien sus gobernantes, tiene entre sus muchas peculiaridades el no haber sabido o querido afrontar el reto de hacerse realmente accesible.
La falta de accesibilidad universal, que ha sido y sigue siendo una carencia arraigada en muchas de nuestras ciudades, afecta a muchas personas en la posibilidad de llevar una vida digna y en libertad. Son tantos los colectivos a los que afecta que se puede decir que es asunto de todos: personas mayores, niños, personas con diversidad funcional, padres con niños pequeños, trabajadores o personas con enfermedades o lesiones crónicas o transitorias (a esto todos estamos expuestos).
A pesar de ello, habitualmente se sigue enfrentando esta cuestión como algo marginal, casi graciable, tenida en cuenta sólo si el presupuesto y la voluntad de gobernantes y administraciones lo contemplan. A ello hay que añadir la laxitud en el cumplimiento de las normativas ya existentes.
Debemos decidir qué tipo de ciudades queremos. Si queremos ciudades diseñadas con arreglo a un modelo productivista de sociedad competitiva, atendiendo exclusivamente a las necesidades y ritmos de un prototipo de ciudadano joven, sano y presuntamente muy “capaz” o ambicionamos ciudades amables en las que fluya la vida de forma natural, donde ser mayor, muy niño o desplazarse con muletas o en silla de ruedas no suponga una aventura peligrosa o nos condene a la reclusión en nuestros domicilios.
Si apostamos por esta segunda opción debemos tener en cuenta:
1. Salir de nuestra vivienda debe resultar fácil, natural, es por ello que se debe potenciar la accesibilidad de las viviendas de nueva construcción y facilitar las reformas de las ya existentes. Todas las viviendas de protección oficial deberían construirse según criterios de accesibilidad universal y diseño para todos, y esto debería ser una tendencia a seguir para el común de las edificaciones.
2. La vía pública debe ser accesible para todos. En zonas residenciales se debe priorizar al peatón con lo que implica de limitación de la velocidad para vehículos, rebajes en el acerado con arreglo a criterios de accesibilidad universal y en todos los casos posibles recurrir a la plataforma única.
3. Eliminación de obstáculos que puedan dificultar el paso en los itinerarios peatonales (carteles, toldos a baja altura, contenedores y papeleras, macetones, veladores…).
4. Diseño para todos en el mobiliario urbano, incluidos los parques infantiles. Disposición de bancos o zonas de asiento en los itinerarios peatonales cuando sea posible.
5. Zonas de sombra (árboles a ser posible) en itinerarios peatonales y espacios públicos como plazas y parques infantiles.
6. Accesibilidad universal y Diseño para todos en los edificios de concurrencia pública, incluyendo los de gestión privada. Control periódico por parte de las administraciones competentes. Sanciones, llegado el caso.
7. Accesibilidad Universal y Diseño para Todos en los eventos públicos (ferias, conciertos, exposiciones…)
Tal vez siguiendo estas pautas, para las que ya existe normativa suficiente, la idea de ciudad amable para todas las personas se alejaría bastante de la utopía para convertirse en realidad tangible.