En Andalucía, llama poderosamente la atención el número de prestaciones económicas para asistencia personal (14) frente a la cantidad de personas que reciben otros servicios y prestaciones económicas. A día 1 de Enero de este año, 20.000 personas tenían plaza en una residencia, más de 50.000 recibían el servicio de ayuda a domicilio, y algo más de 110.000 habitantes de esta comunidad autónoma gozaban de una prestación económica destinada a cuidados familiares.
A nivel nacional la historia se repite y viene haciéndolo desde hace ya varios años: prestación económica para asistencia personal: 981, personas institucionalizadas en residencias: 124.000, prestaciones económicas para cuidados familiares: 423.000, personas que reciben el servicio de ayuda a domicilio: 119.000. Muchos de estos números son aproximados.
Salta a la vista el fracaso morrocotudo de la prestación económica por asistencia personal, frente al éxito del servicio residencial y frente a la descomunal victoria de la prestación para cuidador familiar. Mentira, en realidad no llama para nada la atención debido principalmente al desconocimiento social y administrativo, las trabas y la insuficiente prestación que se otorga para recibir el servicio de asistencia personal.
Estos palitos en la rueda de nuestro desvencijado carro contrastan con las facilidades de acceso al servicio residencial o a la paga familiar. De este modo, para acceder a la asistencia personal hay que estar trabajando o estudiando además de necesitar tal asistencia para realizar las actividades básicas de la vida diaria como levantarse, asearse, alimentarse, etc. Además, se limita su acceso a personas de determinadas edades y diversidades funcionales. Para mayor INRI, la visión social de la persona que necesita asistencia personal se puede traducir en que quien precisa apoyo de una tercera persona para ducharse no es más que un caprichoso señorito.
Visto que todo tiempo pasado fue mejor, conviene ir a la residencia más cercana donde, una vez que entras, acaba la esperanza y empieza la espera. En la residencia donde yo estuve casi un año y medio, recuerdo que la actividad intelectual más frecuente, compleja y vigorizante, consistía en ver los Simpson, realmente edificante en un lugar cuya biblioteca no albergaba libros sino revistas médicas, un lugar donde todo olía a una extraña mezcla de heces y lejía. Jaulas había a gogo, con barrotes de oro eso sí, y la autoridad no vestía uniforme de policía, sino bata blanca lavada con Perlán.
Pero, a pesar de todo, ¿dónde estar mejor que con tu familia, en casa? Pues, en mi propia casa, haciendo mi propia vida, entrando y saliendo cuando quiera, pueda y encarte. Aunque por supuesto, ajustándome al horario que me permita mi empleo y si dispongo de asistencia personal digna (no es un lujo, ni siquiera es urgente, simplemente es vital). Mientras miramos hacia otra parte, le daremos una paguita a la familia para que siga haciendo lo que ha hecho siempre. Así perpetuamos el papel subordinado de la mujer, de un plumazo la sacamos del mercado de trabajo, para la administración correspondiente es la salida más barata y eso que no soluciona nada, y encima nadie rechista aunque le llamen pícaro.
Digan lo que digan quienes lo digan, somos carne de cañón.
Autor : César Giménez