Volvía a casa después de participar en otro encuentro, uno más, para explicar las bondades de la Asistencia Personal. Encuentro, jornadas o seminario, lo mismo da. Había perdido la cuenta.
Ya era de noche, tenía que poner cuidado y mirar bien dónde pisaba. Se había hecho una experta en andar haciendo eses con su silla para esquivar baches, adoquines, veladores y otros obstáculos muy arraigados en el paisaje de su ciudad.
Estos recorridos de vuelta, sobre todo si son de noche, dan para pensar bastante. Además de observar que se le cayó la ceniza del cigarro en el zapato que se calzó esta mañana con la ayuda de su asistente y que ahí se quedó porque, claro, tiene solo unas cuantas horas de apoyo al día, entre semana. Es lo que tiene formar parte de un proyecto subvencionado con un presupuesto escaso.
Son trayectos en los que una primero piensa en si lo habrá hecho bien, si habrá conseguido transmitir la importancia de este apoyo humano, cómo se nos niega su disfrute, vulnerándose con ello cantidad de derechos.
Un rebaje tipo Alpe D’Huez y ya empieza a acordarse de Urbanismo, de sus técnicos y del último operario que puso la última losa.
Ya en la cima, más relajada, van llegando recuerdos de estos años. ¡Cuánto costó que arrancara este proyecto! La ilusión de los primeros momentos, porque pensaban que sería un paso transitorio antes de que, de una vez, se terminara de desarrollar la Ley. Pero había pasado ya mucho tiempo, demasiado. Y ahí seguía, junto a sus compañeros, intentándolo una y otra vez.
Algunos ya no estaban, Joaquín, Miguel… La primera vez que Miguel vino a Sevilla acompañado de su asistente rebosaba felicidad. Daba gusto verle allí, en aquel despacho de la Consejería dando muestra palpable de todo lo que decíamos.
Piensa en el resto de compañeros, cada uno con sus necesidades, no del todo cubiertas por este proyecto, a la espera de que la norma les permita vivir en igualdad. Veladores a la vista. Toca zigzaguear.
Terreno despejado y llano. Bueno, es un decir, porque como no esté pendiente de los baches puede salir propulsada de la silla y dar con la boca en el suelo.
Empieza a recordar muchos de los casos que les llegan buscando ayuda, desesperados. La chica que quiere vivir emancipada y que se encuentra recluida en una residencia porque no se le da otra opción, varios que padecen la ineficacia y la mala gestión de la ayuda a domicilio, que necesitan poder dirigir sus vidas, a los que tampoco se les da la opción. El menor que necesita apoyos para socializar al margen de sus padres, también sin opción. ¡Tantos casos y circunstancias sin solución! Pensando en todo esto siente que hay que seguir, que no pueden tirar la toalla.
¡Atención, zona de adoquines como tras un bombardeo! Se agarra fuerte al reposabrazos y prepara la espalda para botar. Ahora no puede pensar en nada más que en el Ayuntamiento.
Ya pasó. Sólo queda recorrer sobre el asfalto dos calles de nada con los coches circulando de frente. Las aceras, son tan estrechas que parecen un mal chiste o tienen rebajes que incitan al suicidio.
Piensa en tanta gente que podría vivir dignamente en sus casas con este apoyo humano… De nuevo el recuerdo de las noticias durante la pandemia, las decenas de miles de personas fallecidas en instituciones, las otras tantas a las que se les retiró la ayuda a domicilio. ¿Qué más tiene que pasar para que se nos permita vivir dignamente y en paz en nuestras casas, en nuestros barrios?
Sólo casi al final del trayecto puede transitar con normalidad por la acera.
Ya está cerca de casa, con ganas de llegar y descansar. Por suerte esta mañana pudo dejarla limpia y recogida con la ayuda de su asistente. Ahora que no está tendrá que ingeniárselas para lo que queda de día, haciendo malabares para salvaguardar su independencia. Mañana más.
Autora: Coral